Míchel es una leyenda
del madridismo. Llegó al club de Concha Espina con 13 años, siendo infantil, y
en mayo de 1996, tras marcar el 4-0 de un Real Madrid-Mérida, besó el césped del Santiago Bernabéu y se
marchó ovacionado del campo en el que había jugado doce temporadas —poco
después colgaría las botas definitivamente en el Atlético Celaya mexicano junto
a Emilio Butragueño— y con el que, salvo la Liga de Campeones, lo ganó todo: 6 Ligas, 3 Copas de Rey, 2 Copas
de la UEFA...
La segunda perla más brillante de la inolvidable Quinta del Buitre, aquél que con el
ocho a la espalda centraba y golpeaba el balón con una pierna derecha rebosante
de elegancia, sigue ocupando un lugar especial en la memoria del madridista de
a pie. Por lo tanto, y aunque la expresión sea un manido tópico balompédico, cuando Míchel entre al
majestuoso estadio de La Castellana estará volviendo a su casa.
Curiosamente, Míchel todavía no sabe lo que es ganarle al
Real Madrid. «Si le echas una carrera de coches a Fernando Alonso lo más normal es que él siempre gane», ironizaba al
respecto durante la semana el entrenador sevillista, quien, en las dos últimas
campañas, cuando dirigía el banquillo del Getafe, salió derrotado de los cuatro
encuentros que le enfrentaron al equipo de su vida: 2-4 y 2-3 en el Alfonso Pérez; 2-0 y 4-0 en el
Bernabéu. «Nunca me fijo en las estadísticas.
En el Getafe tenía un equipo con
menos recursos de los que dispone el Sevilla y siempre salí a ganarle al Real
Madrid, y esta vez no va a ser distinto», añadió.
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